lunes, 14 de junio de 2010

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Antihistamínicos y Centeno

Nota del autor: esta entrada ha sido programada por el inminente peligro que acecha al autor. Mentira cochina. Realmente me arriesgué a flirtear con el destino. Otra mentira, eres un maldito bastardo mentiroso… ¡no te acordaste y ahora mismo estás escribiendo todo esto!

CAPÍTULO I 
ANTES

Estoy escribiendo estas palabras como testimonio final de mi existencia. Sí, soy un ser melodramático pero cuando uno está a punto de perecer cada día, de estar atenazado por las garras de la dama del alba, sentir el frío intenso de la guadaña que empuña el mugriento esqueleto, recibir a Azrael en cada respiro, … ¿¡cómo no se puede ponerse melodramático!?





Para empezar no sé por qué digo ‘antiestanímico’ pero seguramente tiene que ver con lo anímico que uno puede llegar a estar. Sí, hablo de ese vil mal que afecta a millones de personas en todo el mundo. Bueno, según los medios sólo el 20% de los españoles es alérgico pero yo creo que es el 20% el que no lo es. ¿Y qué tiene que ver esto con una entrada de este bastardo blog? Mucho, porque uno tiene que leer para engendrar. Es ley de vida. Es simple, llano y poco hueco. No puedo leer. ¿Por qué? ¡Porque tengo alergia! Aunque no sé a qué realmente y contarlo sería otra historia y, por lo tanto, entrada futura del blog.

Pero cuando hago público mi condición de pseudo-alérgico siempre salen las mismas personas a decir que ellas tienen alergia y pueden leer. Yo, sinceramente, lo veo inviable. Al agachar levemente la cabeza, cuando me encuentro por la mañana en el tren, comienzo a moquear como si mis fosas nasales fuesen las mismísimas Cataratas Victoria. Esos mocos empiezan a empujar a mis ojos y comienzo a lagrimar ¡mocos! Es asqueroso, ¿verdad? Pero como nadie me cree y todo el mundo es muy listo (demasiado) todo lo que están leyendo es producto de mi imaginación. Como esas letras que salen de plumas, máquinas de escribir y ordenadores que no podrán ser leídas por el que escribe. Dura y triste contradicción literaria.

Es cierto que leer algún libro de Stephen King, con el consiguiente moqueo inundando las páginas, mientras se describen a alienígenas mutantes asesinos y seres del inframundo tiene un encanto bizarro pero no es el caso. ¿Se imaginan a Proust, Cervantes o Joyce pasados por mocos no ectoplásmicos? Mejor no lo descubran.


Mañana comienza un nuevo día en todos los sentidos y puede que sea el último, mi último día

CAPÍTULO II
ANTES DEL DESPUÉS


El libro elegido era “El guardián entre el centeno” y no sabía exactamente el motivo. Puede que fuera que no me acordase de sus páginas y ni siquiera recordar si lo había leído. Estaba allí entre “Felipe II” de Geoffrey Parker y “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad y mi mano se dirigió exactamente hacía su tapa con una precisión quirúrgica. También se trataba del libro que podría, por su título ‘centenario’, producirme mayor alergia.
Era mi prueba personal de fuego y centeno o llamémosla prueba personal de polvo, polen y libro viejuno (a mi hermana le costó 350 pesetas) y es la edición de 1985. Si un alienígena, de los de Stephen King por ejemplo, abriese el libro moriría ahogado en sus propios mocos en menos diez milisegundos. Sí, ese tenía que ser definitivamente el libro.



Eran las seis de la mañana y sentí los picores según abría la ventana, para ventilar la habitación, que preservo como si de una cápsula en el espacio o fuera el mismísimo John Travolta en “El chico de la burbuja de plástico”. Moqueé, estornudé y no sé en qué orden, mis ojos se enrojecieron y cuando me miré en el espejo noté y presencié al otro lado lo que podría definirse como un extra de una película de George A. Romero. ¿Era una señal de mi prematura muerte a manos de la vil y repulsiva alergia?


CAPÍTULO III
DURANTE


—¡Achús! ¡Shhh, qué estoy leyendo! ¡Achús!



CAPÍTULO IV
DESPUÉS


Las sensaciones fueron positivas durante los tres primeros capítulos. Digo positivas porque siempre dicen que soy negativo y melodramático. Realmente el escozor de hojas y ojos fue notable, realmente y positivamente notable.
Durante todo el trayecto entre mi estación de partida y Nuevos Ministerios no sabía si mis ojos se habían salido de sus cuencas y deambulaban como péndulos rozando las hojas del libro. No hubo congestión excesiva ni tuve que absorber los mocos para retraer la avanzadilla. Mucho menos tuve que usar un kleenex. ¡Sigo vivo! ¿Me estoy curando doctor? ¡Achús! Luego dicen que soy negativo…


CAPÍTULO V
DESPUÉS DEL DESPUÉS


—¿Qué tal? —me preguntó una compañera que pasaba cerca de mi puesto de trabajo según acababa de sentarme.

—Bien, no podía estar mejor—respondí sonriente.

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