martes, 20 de julio de 2010

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True Blood (3x05) Trouble: Problemas

La tercera temporada de “True Blood” ha entrado en una coagulación de emociones, digna de un culebrón de sobremesa, mezclado con numerosos anticoagulantes extraídos de la Serie B, el humor americano made in redneck way of life y los resortes de acción del género vampírico con explosivo sadismo incluido. Alan Ball confirma claramente que esta sangre es verdadera o con carácter de perdurar. Como el buen vino True Blood (o ¡Trae Blood! para los amigos) está ganando con el paso de las temporadas y cada episodio consigue captar más adeptos y enganchar a sus viciosos adictos hasta extremos enfermizos. Pocos lo podían decir de una serie con unos primeros episodios tambaleantes, flojos y plagados de vulgaridad y gota a gota está consiguiendo crear una auténtica legión de no-muertos atados a ya una entidad serial. El aumento de nominaciones a los Emmys en las categorías principales hacen pensar y ratificar que la serie, basada en las novelas de Charlaine Harris, va de menos a más. 

“Trouble” no va más allá del trailer y avance que nos mostraba a ese lobo que perseguía a Tara y esos rayos de energía que emergen de las manos de Sookie, que daban cierre a la segunda temporada. Imágenes sueltas con falta de encaje pero con cierta predisposición a pensar en los temas que va a tratar la nueva temporada. Las tramas quedan aplastadas por los personajes y sus innumerables conflictos de seres con un pasado atado a ellos, como losas hundiéndose en el océano, y otros que pretenden emerger para sobrevivir o ver los primeros rayos de sol. El problema para otros se centra en los malos compañeros que pueden llegar a ser los vampiros gracias a sus habilidades. ¿Se imaginan a quiénes ascenderían sus jefes o les subirían el salario antes que a usted? Posiblemente la hipnosis de los vampiros nos sacaba de la crisis en menos de un amanecer, aunque de momento, a otras las deja en crisis y sin propinas. Bueno, el espectador sí se lleva una: aparece Melissa Rauch, la Bernadette de “The Big Bang Theory”.


Sam Merlotte muda a su familia y pretende hacer que todo funcione pero hay un extraño vínculo entre Tommy Mickens y su padre. Tan extraño que no sabemos por dónde va a salir y a quién le va a afectar. 

Jason Stackhouse quiere ser policía, comer donuts y no dudará de utilizar el enchufe de Andy Bellefleur… aunque hay una pequeña doblez. Para empezar a ser ‘policía’ hay luchar en… ¡el back office! La frase es demoledora: «No puedo seguir trabajando en un despacho. Me está chupando la vida». Obviamente lo dice cuando lleva cinco minutos. Si alguien duda quién pone las ráfagas de humor en esta serie que deje de verla. Jason Stackhouse es nuestro hombre y el de esa chica misteriosa rubia que nos va a deparar más de una sorpresa. Hay magia entre dos personas...

Tara Thornton y Franklin Mott forman la pareja más bizarra de la serie hasta el momento. Él está tan loco que cuando tiene dinero acaba en las tragaperras degollando a ancianas que se le cuelan y sus relaciones acaban fatal. Franklin tiene esperanzas debido a lo desequilibrada que está Tara. Son tal para cual creando situaciones anti-románticas humorísticas (obviamente negras como la leche de vampiro) y con homenajes de “Novia a la fuga” o envíos de SMS a velocidad luz. Tara, como Julia Roberts, se fuga de blanco pero ahora (y por fin) adivinamos la primera utilidad de los hombres lobo que tiene Russell Edgington en toda la temporada. Lágrimas de sangre y sufrimiento cómico-trágico. Tara creía que no había nada peor que zamparse lirios en vez de hamburguesas pero… ¡Franklin quiere hacerle vampiro para desposarla¿Qué he hecho yo para merecer esto!



Bill Compton se ha pasado definitivamente al lado oscuro y deniega la ayuda a Tara… obviamente a buen entendedor y sumiller de True Blood pocas estacas bastan. Sabemos que Bill oculta información al Rey de Mississippi sobre sus intenciones con Sookie y su árbol genealógico. Es obvio que la Reina de Louisiana está detrás de todo y quería que Bill investigara los poderes paranormales y su motivo pero acabó enamorándose de su propio objetivo. Esa parece la verdad aunque en “True Blood” los personajes mienten y sus sádicos juegos no parecen tener fondo ni forma completa. Russell Edgington toma forma como un villano de lo más maquiavélico y su descacharrante risa en situaciones comprometidas le hace ser uno de esos seres condenados al recuerdo. 



Lorena es un pelín tonta y Bill lo sabe… pero desconce que Eric Northman va a entrar por la puerta grande y con un Talbot entregado a su causa, pero Russell Edgington pone todas las cartas sobre la mesa. Bill es una de ellas y la otra es la lealtad de Eric sobre su Reina en juego. Pam espera en su purgatorio y el tiempo de un ser inmoral (e inmortal) se queda corto. No esperen combates a lo “Matrix” porque el juego verbal aquí es genial repleto de confabulaciones, dobles rasantes y conspiraciones propias de agentes dobles. 

El Rey de Mississippi sabe que Bill le miente y aparece un nuevo factor en el juego. Coot le pica con un señuelo y poniéndole contra las cuerdas al revelarle el paradero de Sookie y la ‘cornamenta’ que le está poniendo con un hombre velludo, vivo y muy caliente (los hombres lobo llegan a los cincuenta grados y se puede hacer un huevo frito en sus perfectas chocolatinas que dan forma a sus abdómenes). Por otro lado Eric descubre todo el pastel gracias a una corona vikinga y un flashback revelador. Al parecer ser un bribón, puterillo y futuro rey vikingo, escaqueándose de sus deberes reales, le salvó de las garras de su primera muerte. Parece que todas las tramas van a unirse en una sola y todas, sí todas, conducen a un archienemigo común: Russell Edgington conocido también como el Rey de Mississippi.


Sookie Stackhouse quiere llegar hasta el fin con ese hombre lobo con abdominales de plastelina y barba maquillada. Su nombre es Alcide Herveaux y es un fracasado al que no paran de dar golpes aunque saldrá muy guapo en las revistas de adolescentes enseñando pechuga. Puede que hasta le gane en un pulso su ex-novia peluda y adicta a la laca ochentera. El último es su líder que no dudará en huir cagado de miedo al ver el pastel y la terrible mano vampírica de un Rey. Mucho pelo pero pocos cojons. Menos mal que una camarera telépata con cables eléctricos atados a la muñecas puede dar algo de ovarios y repartir un poco de barra libre (de yoyas). Y todo servido en una coctelera llamada “I Got a Right to Sing the Blues”, próximo episodio y parada. 

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