domingo, 5 de enero de 2014

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The Act of Killing: La arcada como catarsis

“The Act of Killing”
Director: Joshua Oppenheimer
Dinamarca
2012

Sinopsis (Página Oficial):

Cuando el gobierno de Indonesia fue derrocado por el ejército en 1965, más de un millón de personas fueron asesinadas en menos de un año. Anwar y sus amigos fueron promocionados a jefes de escuadrones de la muerte y el mismo Anwar en persona asesinó a cientos de personas con sus propias manos. En “The Act of Killing” Anwar y sus amigos acceden a contar sus historias sobre las matanzas. Pero la idea que tienen de aparecer en pantalla no tiene nada en común con el género documental; ellos quieren ser estrellas del celuloide de su género cinematográfico favorito: el cine de gansgsters, los westerns, los musicales. Ellos escriben los guiones. Ellos se interpretan a sí mismos. Y ellos mismos interpretan a sus víctimas. “The Act of Killing” es una pesadilla – un viaje a los recuerdos y las fantasías de los autores impenitentes y del impactantemente banal régimen de corrupción e impunidad en el que habitan.

Crítica Bastarda:

¿Cómo afrontar realizar un documental sobre un genocidio en el que los autores (y asesinos) campan a sus anchas triunfantes con los amorales actos cometidos? Joshua Oppenheimer se enfrenta a las matanzas de comunistas en Indonesia durante los 60 mediante un punto de vista fascinante, perturbador y aterrador ya que dota al asesino de un arma (el cine) para transformar en ficción y realidad reinterpretada los crímenes por los que no siente en absoluto remordimientos. El documento (y realidad pasada) pasa el filtro de la ficción y se erige como arma poderosa pero, al mismo tiempo, juega con la moralidad de los actos del ejecutor, la víctima y el propio director. La historia siempre la escriben los vencedores y evidentemente en el inclasificable documental de Oppenheimer el triunfo (si es que existe) lo marca el propio espectador dentro de esos actos (de matar) que solamente pueden ser reproducidos por una lluvia de arcadas.


El documental, la película y el cine ahora son un medio intercomunicado entre el cineasta, los responsables de un genocidio sobre presuntos comunistas tras un golpe militar y las propias víctimas, que poseen los cuerpos de esos actores (in)voluntarios en la farsa, donde poder recrear esa supuesta victoria (y genocidio). Los puntos de vista los determina los vencedores pero aquí aparece el cine y esa idealización del gánster (free-man) imprimado en el cine norteamericano. Desde el musical hasta el cine de terror se dan cita en otra película que subsiste dentro de “The Act of Killing” pero no nos importa, forma parte de ese medio que conoceremos que utilizará el director como un arma punzante y de doble filo. Todo ese conjunto reflexivo, subversivo y excepcional cederá a un surrealismo sobre una tragedia real. El espectador también asiste a la recreación por parte del verdugo real que se congratula de sus actos y apacigua a sus víctimas al conocer que todo forma parte de una ficción. Y si desde una ficción se pude sentir parte del dolor real, ¿qué sufrirán en sus propias carnes las víctimas de los hechos pasados y verídicos? No lo sabemos pero lo intuimos y con esa agonía engendrada dentro de esa otra invención y las implicaciones morales originadas en el posicionamiento de Oppenheimer, ejerciendo de Jigsaw, amarrando poco a poco un conjunto y catarsis desagradable, perturbadora y peligrosa.


La conciencia no perdona y no importa que un aparente abuelo bondadoso —que quiere que sus nietos vean un asesinato ficcionado con torturas como parte de su aprendizaje y actos que le convirtieron en leyenda del país— sea el mayor de los genocidas. Los asesinos bailan sobre las tumbas de sus víctimas, se jactan sobre todos esos seres humanos a las que mataron, alaban el perfeccionamiento de sus métodos de muerte, son salvaguardaos por los gobernantes actuales del país donde dejaron un incontable regadero de muertes y son parte fundamental y respetada de la actual sociedad. Son tratados como héroes nacionales y se cuestionan el debate sobre ‘Los Derechos Humanos’ en el ámbito internacional y lo pero de todo es que pueden sacar los colores a las mayores potencias: vivimos en un mundo genocidas que ocultan sus actos tras el sonido de las trompetas. Tampoco temen ningún acto de venganza o represalia porque mataron a todos aquellos que podrían cometerla y sonríen delante de una cámara mientras se congratulan con tal hecho. «Los asesinos han escapado de la justicia pero no del castigo», señala Werner Herzog, productor del documental. Y es que “The Act of Killing” establece en ese acto de matar y esa película devastadora, desconcertante, que combina a los David Lynch y Busby Berkeley más imaginativos y fantasmagóricos, un ensueño que acaba convertido en pesadilla. Siempre nos quedará Voltaire [«Matar está prohibido, por tanto, todos los asesinos son castigados, a menos que maten en grandes cantidades y al sonido de las trompetas»] y esa excusa para ‘el acto de matar’. Efectivamente sólo queda la arcada como respuesta ante esos escuadrones de la muerte paramilitares y sus sicarios criminales reclutados. La conciencia no perdona y después de todo crimen siempre queda un castigo aunque la arcada sea el único medio que propone esa extraña catarsis y conquista que propone “The Act of Killing”. Lamentablemente no podemos vomitar porque no queda nada en nuestro interior después la experiencia de ver el mejor documental estrenado en 2013.

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