jueves, 25 de diciembre de 2014

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Marco Polo: Kublai Khan, intrigas, violencia, sexo, sangre, exotismo y kung fu...

Serie de TV
“Marco Polo”
EEUU
2014

Sinopsis (Página Oficial):

Marco Polo se basa en las aventuras del famoso explorador en la corte del emperador Kublai Kan, en la China del siglo XIII, en un mundo repleto de codicia.

Crítica Bastarda:

La nueva serie de Netflix —por obra y gracia de The Weinstein Company— nos lleva a un complicado territorio para tratar de bascular sus pésimas críticas, que ha recibido por parte de los medios norteamericanos, y el apoyo incondicional del público que se ha acercado a la propuesta. En ese campo de batalla existe una historia previa que podemos entender por dos corrientes de pensamiento distintas. La primera nos lleva irremediablemente a hablar de Game of Thrones y los ¿desesperados? intentos de la competencia de establecer una franquicia a larga escala desprendiéndose, esta vez, de la carga de fantasía de la serie de HBO y conectar con ese ‘Spartacus’ de Starz a través de grandes y bastos paisajes naturales. Toda esa comparativa es superficial, como esos cuerpos desnudos y lujuria que también se acerca al destino y escenarios dispuestos al servicio de Marco Polo, a esa adaptación libre, con empaque contemporáneo de superproducción de ‘El libro de las maravillas’ entre intrigas palaciegas del siglo XIII y añadidos de drama histórico con las batallas medievales entre chinos y mongoles para dotar de sentido esa palabra actualmente tan desgastada: «épica». 


Con todo ese mejunje llegamos a esa segunda corriente de pensamiento que confluye en “Marco Polo”. Se trata de un proyecto original para Starz y aquí aparece la figura de Black Sails y Da Vinci's Demons, de ese nuevo corte, envoltorio y forma del formato televisivo al servicio de adaptaciones históricas opulentas que divagan entre la confusión y el realismo, la hipérbole y el desatado efectismo. Al Marco Polo que encarna Lorenzo Richelmy le quieren convertir en un nuevo Jon Nieve (Kit Harington) y no tardan demasiado en descamisarlo para ofrecer pectoral, en someterlo a un entrenamiento que forje el camino de un héroe. Su historia recae demasiado en clichés y en estereotipos, en ese observador y hábil narrador que se ve forzado a sobrevivir en un mundo y cultura desconocidos y ganarse una posición en la corte de Kublai Khan mientras mantiene abierto el conflicto emocional con su padre y se somete a los designios del amor imposible. El problema, por el contrario, es la completa falta de profundidad y su enfoque previsible en cualquier giro de guión. No estamos tampoco ante un personaje que ayude demasiado salvo su constatada eficacia a ampliar el surtido televisivo de fervores uterinos y únicamente interesa el retrato que realiza el show por materializar la brutalidad de la época en esa batalla que se establece entre el Khan y el ‘Ministro Grillo’ (Jia Sidao), por hacerse con el control y hegemonía en todo ese marco histórico de las invasiones de los mongoles y expansión territorial. 


En “Marco Polo” no faltan desnudos gratuitos —más femeninos que masculinos—, kung-fu y cierta esencia wuxia, una historia de amor, muchos burdeles y concubinas, violencia desmedida y, sobre todo, un entramado de personajes que desean paliar su falta de potencia —en conflictos trillados y para nada sugerentes— gracias a su exotismo. No es que la nueva serie de Netflix quiera ser una nueva Juego de tronos porque son enfoques evidentemente distintos, pero tampoco da la impresión de perfilarse como una nueva Vikingscon mongoles y se acerca peligrosamente a la esencia de producto por (y para) Starz sin esa capacidad que tenía la creación de Steven S. DeKnight por transformar lo salvaje en puro (y sustancial) entretenimiento. Soy capaz de ver los 10 episodios —pagados a precio de oro por The Weinstein Company— sin derretirme entre convulsiones de odio como la Bruja Mala del Oeste (y los medios norteamericanos) pero me resulta imposible de disfrutarla más allá de su vertiente superficial y exótica. Y precisamente esa medida de peso me hace recomendar la propuesta a aquellos que se regocijen con cada capítulo de Black Sails y Da Vinci's Demons pero en absoluto a cualquier seriéfilo que desee un show que le sorprenda a cada giro de guión, con personajes potentes o una historia capaz de atraparle. El gran problema de “Marco Polo”, en definitiva, es que no se sabe por qué estrategia decantarse en ese campo de batalla que suponen las nuevas series de televisión. Tiene armas como Kublai Khan, muchas intrigas, excesos, suficiente hemogloblina, exotismo y artes marciales… pero su propio presupuesto parece condenar el resultado a una tremenda falta de riesgo y, por lo tanto, personalidad. Ni siquiera el surrealismo de sus imágenes orgiásticas en Hashshashin” (1x05), por ejemplo, resultan tan sugerentes como pretenden porque se amoldan a reminiscencias demasiado mascadas. Si fuera un videojuego, no sería ni una variación de ‘Assassin's Creed’, ‘Dynasty Warriors’ o una aventura gráfica con grandes revelaciones y muchas aventuras. Sencillamente “Marco Polo” es un viaje de descubrimientos en el que al espectador le queda demasiado poco o nada por descubrir. 

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