sábado, 6 de febrero de 2016

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Carol: Deseando amar

“Carol”
Director: Todd Haynes
Reino Unido / EEUU
2015

Sinopsis (Página Oficial):

“Carol” se centra en la relación de dos mujeres muy diferentes en la década de 1950 en Nueva York. Una joven de 20 años, Teresa (Rooney Mara), trabaja en una tienda y sueña con una vida más plena cuando conoce a Carol (Cate Blanchett), una seductora mujer atrapada en un matrimonio adinerado, pero sin amor. A medida que la historia se desarrolla, sus vidas empiezan a desmoronarse mostrando a Carol cada vez más temerosa de perder la custodia de su hija en caso de una separación, cuando su esposo (Kyle Chandler) cuestiona su capacidad como madre al descubrir la relación que sostenía con su mejor amiga, Abby (Sarah Paulson).

Crítica Bastarda:

Todd Haynes simplemente esgrime con la oscuridad y el estridente sollozo que generan unas vías de metro, al detenerse un tren en un andén, la activación del latido y alma de su obra; un componente extrasensorial para enlazar con la llegada de un anónimo pasajero que va a guiar nuestro inicial camino. Se trata de un elemento atmosférico y etéreo, como parte de algo que no vemos pero sentimos. Esa opacidad también queda limitada por las apariencias, siendo una figurada bella verja en realidad una rejilla de ventilación de metro, separada de un mundo que es el nuestro o, al menos, aquel que servía a sus habitantes en el pasado. Ese enjambre de cuerpos también sombrío representa a una sociedad que es el fondo de film, siendo ese tren la metáfora perfecta para que Haynes nos releve una clara descripción de la emoción que genera el primer amor en “Carol”. La maquinaria se ha puesto en marcha, el motor comienza su traqueteo y los latidos se encaminan a galopar por esas vías que nos marcan el destino. El director de “Safe”, a través de una impecable puesta en escena, delimita a sus personajes utilizando paredes, puertas y ventanas para servirse de una alegoría respecto a ese contexto social que les ahoga y asfixia; que nunca les da respiro. Interrumpidas por aquel hombre y anónimo pasajero —que representa parte del pasado de Therese Belivet (Rooney Mara) y el concepto «moralizador» de la época— esa primera secuencia deja a aquella que será nuestra estrella fugaz atrapada entre dos firmamentos, entre los fragmentos de sus recuerdos. Therese representa la indecisión encarnada ante un cruce de caminos, que simboliza al mismo tiempo la soledad de una mujer que trata de encajar en un mundo que simultáneamente le invita y encauza a formar parte de ese enjambre de cuerpos y personas. Esa suma de conexiones nos lleva a una referencia cinematográfica y representación del amor prohibido, a fin de que Todd Haynes encapsule su propuesta en una reverencia a “Breve encuentro” de David Lean y tome consciencia del siguiente tren (y tabú) que apareció en la sociedad anglosajona. Tras el adulterio, llegó al andén moral la homosexualidad.


“Carol”, no obstante, es un extraño poema de aquello que simboliza el primer amor. Articulada inicialmente como si fuera un film anacrónico, Haynes pretende también diseccionar el contexto sociopolítico de la época que retrata para centrarse y recrearse en esos pequeños detalles que marcaban una pausada, medida (y peligrosa) relación entre dos mujeres. Carol Aird (Cate Blanchett) desea encontrar la libertad, escapar de ese corsé que sintetiza su vida y matrimonio. Therese, por su parte, halla en la fotografía esa vía para huir de un entorno envuelto tanto en un deseo de amar como en imposiciones o restricciones morales impuestas por la sociedad. Carol acaba siendo la musa de Therese, la respuesta a todo, convirtiendo a ambas en el objeto y sujeto de una imagen que todavía está revelándose. Esa imagen también nos lleva a un proyector de cine, a esa referencia directa a “El crepúsculo de los dioses” para reflejar tanto la relación vampírica de sus protagonistas, su diferencia de edad y escala social y, sobre todo, el leitmotiv del film: la correlación entre lo que dicen las personas y cómo realmente se sienten. Al igual que Dannie (John Magaro), Therese se convierte en una exploradora de la sociedad a través de los personajes que habitan en ese ecosistema en el que tiene que vivir. De este modo, trata de hallar respuestas sobre sí misma, abstrayéndose de ese mundo físico y vinculando la imagen del film a sus pensamientos, amoldándose a la propia ficción y estando en constante movimiento. No es que Theresa vaya acabar flotando sobre una piscina como Joe Gillis, pero a Haynes —como implícitamente a Patricia Highsmith en su novela— le interesa describir la inconsciencia del impuesto destino final y trágico, de ese precio que tenía que pagar todo personaje homosexual en los márgenes de una ficción figurada en la época.


Aunque la estructura de “Carol” es circular, nos encontramos ante la historia de un contraplano, articulado sobre una galería fotográfica tanto de la protagonista —a modo de evocar sus recuerdos en clave de flashback donde la música y esos trenes de juguete avivan el concepto discursivo—, como fílmica por parte del autor. Esa conexión entre cámaras, nos remite a la imagen que define cada una de las percepciones internas. Para Therese, la fotografía que define su relación es aquella que tomó con prisas, ligeramente desenfocada. Al mismo tiempo, habita un paralelismo de ese sentimiento pudoroso de la protagonista a tomar fotos de personas —por percibir que está invadiendo su privacidad— con el propio cineasta. Haynes se ciñe al melodrama para dar forma a la relación que desarrolla, sumergiéndose y evocando en su propio pasado cinematográfico y televisivo tras “Lejos del cielo” y Mildred Pierce. No obstante, el director quiere amplificar la mirada de su propuesta, detonando ciertas conexiones fílmicas (e incluso catódicas) a modo de huevo de pascua. Tal vez no sea casualidad ver interpretar con los mismos rasgos a Cory Michael Smith un papel similar al que representa en Gotham cada vez que se pone en la piel de Edward Nygma. O la inclusión tanto de Jake Lacy (el último novio de Hannah Horvath y prototipo de buen chico en Girls) como de Carrie Brownstein para que esa pantalla canalice el tiempo hasta Transparent, a modo de una misma página en dos libros escritos en la misma era, pero que representan diferentes épocas. Y aquí existe otra línea evolutiva: la transexualidad será el nuevo y presente tabú de la sociedad estadounidense. Precisamente sus conexiones con “Thelma & Louise” de Ridley Scott, en un arco argumental en el que la road movie se apodera y monopoliza el film, pudieran representar ese sentimiento de Haynes por trazar una línea que incluso nos conduzca al plano final de La vida de Adèle de Abdellatif Kechiche; de integrar distintas eras sobre un mismo manto cinematográfico. Pese a la última referencia anterior, en “Carol” no nos encontramos ante la historia de una ruptura, aunque sí en la descripción del tránsito desde la adolescencia romántica a la madurez vital y existencial. He ahí la intensidad de ese otro discurso descriptivo de la cinta: Therese divisada un objeto caído del cielo, como una joya incandescente y brillante, condenada a extinguirse para remarcar el sentimiento efímero de su primer amor. Se pudiera entender que Haynes quiere hablarnos sobre esos potentes latidos y la lucidez que aporta el tiempo para sobrevivir al mismo. Posiblemente muchos condenen y tilden a la película de fría por esa coherencia tanto del discurso como de su contexto, remarcado en ese interminable invierno que viven Therese y Carol. Incluso la clara ausencia de antagonista —Harge (Kyle Chandler) es ridiculizado como la «mujer despechada» de la relación y matrimonio con Carol— nos introduce ante ese otro villano persistente en la historia gracias a una exquisita puesta en escena del director. La sociedad acaba siendo ese elemento «opresor» en la relación de las protagonistas, el eterno y prejuicioso vigilante que sermonea y castiga esos sentimientos que apenas llegan a florecer durante todo el metraje. El espectador también tiene que atravesar toda esa glacial epidermis —y muchas veces plasmada con asfixiantes encuadres que aprisionan a los personajes— para apreciar esa analogía entre lo que se dice y se siente. Necesariamente es su desenlace tras la secuencia que repliega la obra en un contraplano, sobre ese objeto incandescente y en caída libre que representa el primer amor, aquel que remarca el nuevo camino elegido por Therese. En una secuencia que también conecta con la conclusión de “2001: Una odisea del espacio”, donde parecen darse cita en el mismo espacio, el pasado, presente y futuro de las experiencias románticas del personaje principal a través de viejos amantes y posibilidades. Es necesario evolucionar… o tal vez no. Therese decide abandonar la «cápsula» y regresar a ese poderoso latido que ha sido activado de nuevo con un leve contacto físico sobre su hombro. Y allí llega la cámara lenta, la definición de ese sentimiento onírico que se apodera tanto del espectador como del sujeto de la obra, de dos amantes destinadas a encontrarse de nuevo porque, al fin y al cabo, “Carol” sintetiza ese magnetismo de todo artista con su musa y la imposibilidad de escapar de su influjo. Ella es el título, ella es esa tierra condenada a amortiguar el impacto de ese objeto incandescente venido del espacio llamado primer (y seguramente eterno) amor.

Reseña publicada originalmente en Cinema ad Hoc

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